
Un cuento de adultos para peques…»El hombrecito vestido de gris»
En la pasada Feria del Libro de Madrid, me deslumbró un título «El hombrecito vestido de gris y otros cuentos». Al ver su portada me trasladó a mi infancia, por allá por los 80, cuando tenía unos 10 años.
Lo leí en el colegio y lo guardé en casa pero ya le había perdido la pista. Cuando lo vi en la nueva edición de Kalandraka no dudé en llevármelo a casa. Una vez allí, descubrí el motivo que me había impulsado a tenerlo de nuevo y conservarlo para mis peques. De hecho, ya me está dando mucho juego con Adrián.

El cuento consta de ocho historias cortas. Historias para adolescentes y adultos, que nos hacen reflexionar sobre el ser humano, la vida, los sentimientos, las injusticias y las esperanzas de cambiar el mundo.
El autor es Fernando Alonso Alonso y lo escribió en 1977, con el que ganó el Premio Lazarillo, y se ha considerado obra maestra de Literatura Infantil y Juvenil del siglo XX.
La finalidad de contaros esto es porque, además de escaparme para leerlas una y otra vez, pues me ayudan a reflexionar y crecer como persona, algunas de estas historias ya se las cuento a mi peque de 4 años y medio.

Qué cuentos he aprovechado de los 8 posibles.
De momento sólo le he contado dos cuentos. Y hoy os hablaré de uno titulado «El viejo reloj».
Cómo se las cuento
Con Piedras pintadas personalmente y guardadas en una caja mágica que encontré en Ikea. Con esto consigo que Inés también disfrute de estas ilustraciones y forme parte del momento.
Yo lo leo y lo adapto a la edad del peque. Realizo la historia en dibujos, a veces inventados y otras veces basados en las ilustraciones que aparecen en el cuento (pero no vale reírse cuando los veáis, pues mi capacidad para dibujar está limitada, jajaja). Y finalmente, se lo cuento con mucha magia, que es lo que les hace estar con la boca abierta y a mi disfrutar!!!

Qué nos cuenta «El viejo reloj».
Cuando faltó el abuelo, toda la casa se murió un poco. Ya nadie volvió a contar viejas historias. Ya nadie volvió a sacar humo de la vieja pipa de enebro. Ya nadie volvió a dar cuerda al viejo reloj del pasillo…
Así comienza la historia, y sigue (ya con mis palabras)…
Al reloj le salieron telarañas en sus tripas y se le cayeron cada uno de los números de su esfera, parando en un rincón oscuro del desván. Ramón, su nieto, subió un día al desván y lo descubrió. A este pequeñajo le encantaba arreglar todo lo que se iba encontrando, por eso reparó y limpió el viejo reloj del abuelo. Cuando se dio cuenta que no tenía números se le ocurrió salir a buscarlos, con un bocadillo de chocolate y una espada de madera al cinto.

Encontró al número 1 trabajando como arpón para un pescador. Era el mejor arpón que tenía el pescador, así que no podía llevárselo. Y se fue a por el número 2.

El 2 lo encontró en la caseta de tiro al blanco, trabajando de pato. Simón comprendió que aquel número ya no podría vivir quieto en una esfera de reloj.

El 3 trabajaba de gaviota en un cuadro paisajístico de un museo, así que no podía destrozar una obra tan valiosa llevándose aquel número.

El número 4 jugaba a la pata coja en lo alto de un campanario, ayudando a una cigüeña a mantenerse de pie, pues sus patitas las había perdido cuando aprendía a volar.

El 5 estaba en una señal de tráfico que prohibía circular a más de 50 Km por hora en una carretera. Lógicamente, Ramón pensó que no podía llevarse el 5, pues si lo hiciera ningún vehículo podría circular a más de 0 Km por hora y la carretera quedaría vacía.

El 6 tenía una función muy importante, pues cobijaba a un caracol. Era su casa, su resguardo, así que Ramón suponía que ese número no iba a abandonar al caracol.

El 7 trabajaba de siete en el traje de un payaso. El payaso siempre se caía, el siete siempre se descosía y los niños siempre se reían. Ramón también se rió cuando se acordaba mientras se alejaba del circo.

El 8 hacía de nube. Una hermosa nube que daba lluvia a unas tierras pequeñas, que la necesitaban para poder florecer, para dar de comer a la gente del pueblo que había allí cerca. Así que el trabajo de aquel número era importante.

El número 9 trabajaba de lazo en otro circo. Un vaquero hacía girar el lazo sobre su cabeza… y así se ganaba el pan.

El 10 hacía feliz a un niño porque era su aro . El niño corría y corría por el parque y guiaba con el 1 para que el 0 no se escapara. Ramón no quería que aquel niño dejara de ser feliz.

El número 11 tenía otra labor importante, pues los dos unos sostenían un listón para que los jugadores de rugby pudieran lanzar el balón y marcar. Así que esto divertía a mucha gente y esos jugadores eran muy admirados.

Y finalmente, encontró al número 12 en un mercado persa. El 1 era la flauta y el 2 la serpiente encantada.
Ramón volvió a casa. Todos los números se habían transformado para adaptarse a su nueva vida. Una vida más hermosa, más divertida o aburrida, pero la que ellos habían elegido libremente.
A Ramón no le importó no haber podido traerse los números porque había pensado solucionarlo de otra manera. Pintó unos números brillantes y magníficos en la esfera del reloj, incluso pintó alguna flor por la caja. Desde ese momento, en la habitación de Ramón siempre se oyó el tictac del viejo reloj del abuelo.
Y aquí acaba esta maravillosa historia ¡a que es mágica! Por cierto, el cuento lo podéis conseguir en Amazon. Os dejo el link.
La próxima vez os hablaré de otra historia fabulosa de este libro, que también le cuento a Adrián y que le gusta incluso más que ésta, titulada «La pajarita de papel».
La idea de contar cuentos con piedras pintadas es muy efectiva para los peques, pues les chifla ver los dibujos en ellas. Son un recurso muy bueno por varios motivos:
- Los peques trabajan la imaginación y la creatividad. En este caso es una historia con un orden, pero en otras ocasiones hemos pintado piedras con motivos diferentes (seta, cocodrilo, casa…) y cada vez que contamos la historia tiene un orden distinto, pues las piedras se van sacando sin mirar de una caja, con un orden diferente cada vez.
- Los peques trabajan la expresión oral, pues se animan enseguida a inventar y contar ellos la historia.
- Los peques pueden pintarlas ellos mismos, por lo que también trabajan su expresión artística.

Podéis utilizar piedras más grandes o más pequeñas, con formas distintas según la ocasión… pero os aseguro que serán un buen recurso. Porque, además, son muy fáciles de pintar. No necesitáis acuarelas ni pinceles ni agua ni témperas ni pintura acrílica. En casa las pintamos con rotuladores multisuperficie.

Así que ya no tenéis excusas. No tengáis reparos en lanzaros a expresar vuestras aptitudes artísticas y dejad que vuestros peques hagan todo lo demás. Os aseguro que será un momento mágico cuando veáis sus bocas abiertas y sus caras de sorpresa, mientras les contáis los cuentos.
Si os ha gustado y creéis que les puede gustar a otras familias y otros peques, os agradecería que compartierais este post, para que llegue a más gente.

Encontré no hace mucho este libro en casa de mis padres. Lo recordaba de cuando era pequeño, pero ha sido ahora de mayor cuando mejor he podido apreciarlo. Es una auténtica joya. Enhorabuena por tu creatividad para trabajar el cuento con las piedras pintadas y adaptarlo a los más peques. Está genial. No sabía que lo hubiera reeditado Kalandraka, yo tengo el de Alfaguara.